«Toda la literatura es duelo. Y celebración. Como la vida».
Eduardo Laporte (Pamplona, 1979) es escritor y periodista cultural. Colabora en los medios de Vocento (Territorios) y revistas como Cuadernos Hispanoamericanos y es coordinador editorial de República de las Letras (ACE). También es corrector y asesor literario para Escuela de Escritores. Impulsa todos estos trabajos desde su plataforma Coverture.
Afincado en Madrid desde 2005, ha publicado libros de aliento autobiográfico, como Luz de noviembre, por la tarde (Demipage, 2011) y las entregas de su proyecto Diario a ninguna parte, con hasta la fecha dos entregas (Diarios, 2015-2016 / Pamiela, 2017) y Tiempo ordinario (Papeles mínimos, 2021). También se atrevió con una biografía muy particular (En presencia de Battiato, Sílex, 2024) tras la buena experiencia de Barojiano y todo lo contrario (Ipso, 2018). En La tabla (Demipage, 2015) se metió en la piel de un náufrago en apuros. En 2024, publicó Navarra-Madrid (Sílex), una visión sobre su tierra a partir de sus colaboraciones en prensa.
A principios de 2025, publicará una delicada ficción autobiográfica sobre la experiencia de la no-paternidad. Se titula La vida suspendida y publica Sr. Scott.
Con gran capacidad de observación, Eduardo Laporte retrata la vida en toda la gama de colores, a veces adentrándose en terrenos difíciles de la suya propia, pero siempre con una mirada luminosa.
Conversamos con este autor inteligente y sensible que nos hace pensar y también sonreír con su honestidad.
– ¿En qué momento la escritura comenzó a ser importante en tu vida y por qué decidiste que querías que fuera tu profesión?
Cuando acabé la carrera (Comunicación Audiovisual), pensé que mi destino natural era ser guionista. Entonces pegaba fuerte Globomedia con sus series y les mandé un currículum. No me cogieron, claro. Sin darme cuenta, era una manera tímida (me definiría como «escritor tímido») de querer ser escritor, de modo oblicuo. Tiempo después y, sobre todo, tras dejar de fumar (hito importante en toda biografía), me lancé a escribir literatura y abandoné mis sueños de guionista. Descubrí entonces, allá por 2002, que esa era mi vocación y que tendría que averiguar qué profesión podría ejercer para satisfacerla.
«Sin darme cuenta, era una manera tímida (me definiría como «escritor tímido») de querer ser escritor, de modo oblicuo».
«Descubrí entonces, allá por 2002, que esa era mi vocación y que tendría que averiguar qué profesión podría ejercer para satisfacerla».
– ¿Cómo era el ambiente familiar en tu casa? ¿Había un especial gusto por la cultura?
Mis padres eran más de vivir que de refugiarse en esa existencia a distinta velocidad que aporta la literatura. Pero tenían especial sensibilidad por la cultura. Recuerdo a mi padre, en su último año, leyendo con interés el tomazo de Max Gallo sobre Napoleón. Gracias él descubrí a Moustaki (al que vimos en concierto), a Leonard Cohen, a Jacques Brel, a Aznavour… En casa, había una pequeña biblioteca con libros selectos. Conservo de aquel templete literario, por ejemplo, la Colección particular de Jaime Gil de Biedma con un ex libris de la firma textil de mi padre (Philippe se llamaba, como él) que ha sobrevivido a las casi quince mudanzas que he vivido desde que dejé Pamplona.
– Naciste en Navarra y te trasladaste a Madrid en 2005. Viajas constantemente entre las dos comunidades y este año publicaste el libro Navarra-Madrid, una recopilación de artículos. ¿Qué diferencias encuentras en tu vida en ambos lugares?
Me fastidia darle la razón a Isabel Díaz Ayuso, pero es cierto que en Madrid no te encuentras con tus ex. El famoso anonimato me gusta, aunque tampoco me colma pues hace más difícil «el encuentro», término que repite con alegría un amigo pamplonauta de pro. Me gusta ese encuentro casual que se produce en las ciudades de provincia, pero también disfruto comiendo solo (sin tilde) un menú del día, con un libro, sin estar pendiente de tener que saludar a uno u otro. De hecho, la última vez que estuve en Pamplona, presentando precisamente Navarra-Madrid, me refugié en un restaurante asiático, antes de volver a Madrid, para leer la prensa y digerir la resaca de la noche anterior y, zas, me encontré con una pareja (y sus hijos) con los que había quedado la víspera. Como me gustan ambas cosas, la soledad elegida y el encuentro, aprecio vivir en ese espacio de doble valor del Navarra-Madrid.
«Me gusta ese encuentro casual que se produce en las ciudades de provincia, pero también disfruto comiendo solo (sin tilde) un menú del día».
«Como me gustan ambas cosas, la soledad elegida y el encuentro, aprecio vivir en ese espacio de doble valor del Navarra-Madrid».
– Escribiste Luz de noviembre, por la tarde donde hablas del último año de vida de tus padres. ¿Fue una necesidad escribir un texto sobre un momento tan difícil?
Sí, la muerte de ambos padres, por cáncer, en el mismo año 2000 supuso un trauma y, claro, un antes y un después en mi vida y en la de mis hermanos. Quise escribir aquel libro para no olvidar una serie de imágenes que tenía en la cabeza, para entender mejor el final de mi padre (si sabía o no que estaba tan enfermo como estaba, ya viudo) y como un homenaje para ambos. Mi padre me pedía que le dedicara una canción, pero como se me da mal componer música, escribí ese libro.
«Quise escribir aquel libro para no olvidar una serie de imágenes que tenía en la cabeza».
«Mi padre me pedía que le dedicara una canción, pero como se me da mal componer música, escribí ese libro».
– Publicaste Tiempo ordinario, un diario que se centra en la vibración de los hechos cotidianos desde 2017 a 2020. ¿Se puede escribir un diario privado que después se convierta en un texto abierto a la lectura de cualquier lector?
Privado en muy pequeña medida, ya que uno escribe para otros, lejos de esa idea de escritura secreta. Porque nuestro yo ya es otro, que diría Rimbaud, y por tanto empezamos escribiendo a ese alter ego y luego a los otros que quieran leernos. Comparo la escritura de diarios a la escritura poética: se busca una intimidad, pero tampoco un desnudo integral. Claro que la literatura autobiográfica que me gusta sí tiene que mostrar algo de nuestros lados oscuros, esa Cara B que no mostramos tan habitualmente y que forma parte de nosotros tanto o más que los otros rostros que no dudamos en exhibir.
«uno escribe para otros, lejos de esa idea de escritura secreta».
«Comparo la escritura de diarios a la escritura poética: se busca una intimidad pero tampoco un desnudo integral».
– ¿Cómo es el oficio de escritor y tu día a día en el trabajo?
Hubo años en que sí jugué a escritor a tiempo completo y así me fue (risas). Fue una época en que me lo pude permitir, tiré de ahorros y vivía con lo justo, jugando a la bohemia, colaborando de vez en cuando con algún periódico, y entregado a unos manuscritos que, con tanto tiempo y tanta energía (era joven), resultaban excesivos, desorbitados. Ahora, por aquello de ganarse la vida, tengo menos tiempo y menos fuerzas para escribir y creo que pueden salir cosas más interesantes. En ello ando. Aunque a veces me frustra tener que escribir sobre las propiedades del ajo o sobre blanqueamientos dentales (los encargos ganapán, como suelo decir) cuando podría dedicar esas energías a escribir unas páginas inspiradas. Pero me gusta esa épica de escribir cuando se puede y no tanto cuando se quiere.
«Ahora, por aquello de ganarse la vida, tengo menos tiempo y menos fuerzas para escribir y creo que pueden salir cosas más interesantes».
«Me gusta esa épica de escribir cuando se puede y no tanto cuando se quiere».
– Franco Battiato fue un artista muy singular, adorado en Italia y menos conocido en todas sus facetas en España. ¿Por qué decidiste escribir En presencia de Battiato?
El día que murió, 18 de mayo de 2021, sentí que debía escribir ese libro. Apenas había nada publicado, en España, y sentí, aunque suene esotérico, que aquella era mi misión. Y todo un reto, porque me tuve que enfrentar a muchos textos en italiano, sin tener conocimientos previos de esa lengua, y temí no llegar a buen puerto. De un modo que definiría como mágico, en septiembre, apenas cuatro meses después de la muerte de mi ídolo de infancia, entregué el texto a Ramiro Domínguez, editor de Sílex. Así, lo escribí por la gratitud que sentía hacia él y porque si un tema te apasiona, lo mejor es escribir sobre ello, para que te apasione aún más.
«Sentí que debía escribir ese libro».
«Lo escribí por la gratitud que sentía hacia él y porque si un tema te apasiona».
– ¿En qué personas confías para leer un texto en el que has trabajado antes de enviarlo a la editorial?
No suelo hacerlo mucho porque todos andamos a mil cosas, pero alguna vez sí he recurrido a buenos amigos escritores, como Alessandro Gianetti, Javier Serena o Recaredo Veredas.
– ¿Cuáles son tus escritores/as que recomendarías leer?
La respuesta es complicada, porque cada persona tiene sus gustos y sus intereses, en el sentido más amplio del término. Uno puede querer leer un libro sobre Chillida, pongamos, porque le gusta la escultura y quiere ampliar conocimientos sobre el tema. Aunque sí animaría a ir más allá de las novelas, a adentrarse en todo tipo de literaturas, de narrativas. Tenemos todavía cierta dependencia de la novela, de la ficción, como si leer fuera solamente eso, pero leer también es abrir las páginas de un poemario, de un ensayo sobre los hábitos del sueño (como El mal dormir de David Jiménez Torres o El don de la siesta, de Miguel Ángel Hernández), un retrato biográfico (como el que leo ahora mismo, por cuestiones de trabajo pero también por curiosidad, de la hija del citado Chillida, Susana, sobre sus padres) o un texto de narrativa autobiográfica, como los últimos libros de Manuel Vilas (El mejor libro del mundo) o Marta Sanz (Los íntimos) o de diarios, como el gran cuaderno de Cioran que fui leyendo poco a poco los últimos tres años. Se trata de saciar y, de paso, alimentar la curiosidad, y para eso hay varias fuentes.
«Sí animaría a ir más allá de las novelas, a adentrarse en todo tipo de literaturas, de narrativas».
«Se trata de saciar y, de paso, alimentar, la curiosidad, y para eso hay varias fuentes».
– Eres director de Coverture, donde ofreces todo tipo de servicios editoriales, de corrección ortotipográfica y de estilo, notas de prensa, edición de manuscritos además de talleres de escritura creativa. ¿Cómo trabajas y a quién recomiendas estos servicios?
En mi primer trabajo, en una agencia de publicidad, en el contrato figuraba como «redactor».
Me gustó esa etiqueta y hoy la defiendo. Así me gano la vida, redactando textos de todo tipo y condición, en los que de vez en cuando se cuela alguno literario, otro periodístico (dentro del ámbito cultural) y un buen volumen también de redacción corporativa. También hago correcciones para editoriales y lo que caiga, como textos para libros de cocina, por ejemplo.
Este año me gustaría probarme como negro editorial, concretamente con una biografía. De quien sea. Cuanto más distinto a mí sea el perfil, mejor.
– ¿Cómo es la relación con tus alumnos y qué tratas de inculcarles en los talleres de escritura creativa?
Cierto, en Coverture también he promovido talleres literarios desde el año 2012: el ‘Tayer’, de hecho, se llamaban esas sesiones, en las que trataba de inculcar una educación de la mirada retrospectiva, a ser conscientes de la mina, como decía José Luis Sampedro, que tenemos dentro por el mero hecho de estar vivos y poder recordar. Me gustaría juntar los mejores textos de mis alumnos y alumnas en un libro; había muchos muy buenos. Hay mucha gente que escribe a las mil maravillas, pero prefiere mantenerse lejos de los focos; daría para una novela tipo Zafón: El Cementerio de los Autores Inéditos.
– ¿Qué consejo darías a una persona que quisiera dedicarse profesionalmente a la escritura?
Que se busque una ocupación alternativa que le permita escribir sin presiones. Porque la inspiración no entiende de horarios ni técnicas pomodoro. Como decía Cortázar, la literatura le viene a uno, se le aparece, no se puede ir detrás de ella. «Escritor profesional» es un binomio que no marida bien.
– ¿Qué proyectos tienes para el futuro?
Estoy escribiendo, despacito y sin prisas, una novela que podría considerarse novela de formación (o Bildungsroman, si lo decimos en pedante). Está relacionada con el mundo de los libros, pero no desde el punto de vista de un escritor o alguien que quieres ser escritor, sino desde la óptica de un lector (que no sabe todavía muy bien qué hacer con su vida). Y para el próximo enero, está prevista la publicación en Sr. Scott de La vida suspendida, una ficción autobiográfica sobre un hecho real que vivimos mi pareja y yo que tiene que ver con la decisión de no tener un hijo. Una vuelta de tuerca sobre el duelo y sobre las consecuencias de ciertas decisiones. Otra pena, pequeñita, pero pena al final y al cabo, en observación con la que me gustaría, valga la paradoja, matar al duelo. Aunque cada vez pienso más que toda la literatura es duelo. Y celebración. Como la vida.
«Otra pena, pequeñita, pero pena al final y al cabo, en observación con la que me gustaría, valga la paradoja, matar al duelo».
«Cada vez pienso más que toda la literatura es duelo. Y celebración. Como la vida».
– ¿Cómo es tu tiempo cuando no trabajas?
Por suerte o por desgracia, voy con el ordenador a cuestas incluso en vacaciones. Y sarna con gusto no pica, porque estoy a gusto con mis encargos, pero a veces la cabeza pida su calma, su silencio, y entonces me gustaría ser uno de esos Amigos del Desierto a los que guía Pablo d’Ors. Dicho esto, me gusta pasar tiempo con mi pareja y su hijo. Además, llevo unos años obsesionado con el tenis, como espectador y lector, pero también como jugador. (Puedo presumir y presumo de haber llegado a ‘semis’ en un torneo celebrado en Madrid. En la división de Consolación, todo sea dicho. De los mejores entre los peores).
– Un deseo que te gustaría se hiciera realidad
Egoístamente, poder dedicar más tiempo a mis proyectos creativos y menos a los pagafacturas. Al margen de esto, me gustaría que las cafeterías de Madrid ofrecieran más opciones en el desayuno que la mermelada de fresa o melocotón para el cruasán a la plancha.
Eso significará que avanzamos, poco a poco, hacia esa «mayoría selecta» de la que habla Javier Gomá.
«Egoístamente, poder dedicar más tiempo a mis proyectos creativos y menos a los pagafacturas».
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