Fotografías y entrevista por Berta Delgado
«La filosofía es mi linterna en la oscuridad»
Carlos Javier González Serrano es director editorial, filósofo, profesor y asesor de comunicación. Con una amplia y sólida formación que abarca desde la Filosofía y la Literatura pasando por la Psicología, el Derecho, los Recursos Humanos y las Ciencias Políticas, es conocido como divulgador cultural en redes sociales, donde miles de seguidores descubren cada día a través de él autores/as como Arthur Schopenhauer, Rosalía de Castro, Miguel de Unamuno, María Zambrano, Sylvia Plath o Hannah Arendt entre muchos otros. Su agenda siempre está repleta con conferencias en España y en el extranjero, clases, investigaciones y ponencias, además de constantes colaboraciones en medios de comunicación de televisión y radio.
Su secreto: la pasión y generosidad con la que comunica que van más allá de la divulgación, son su compromiso con el conocimiento.
– ¿Cómo era tu vida antes de que comenzaras a interesarte por la filosofía?
Lo cierto es que me cuesta mucho imaginar, en mi vida, un “antes” de la filosofía. De alguna manera, y sin yo saberlo, siempre me acompañó. Aunque extrovertido en el trato social más cotidiano y superficial, siempre fui un chaval muy introspectivo y, desde jovencito, comencé a preguntarme algunas cosas para las que, sin más, no tenía respuesta. Cosas que tenían que ver, sobre todo, con la finalidad de lo que hacía: para qué jugaba al fútbol, para qué me enamoraba de esta o aquella chica, para qué escribía este poema (que a su vez me había inspirado esta o aquella chica o este o aquel sentimiento), para qué tenía mis amigos, para qué obedecía a mis padres o para qué hacía tal o cual gamberrada. Y, tras todos esos para qué, la falta de un porqué. De un porqué absoluto, unificador.
Esa incapacidad para responder a tales cuestiones me descorazonaba e incluso me ponía de mal humor (siempre he tenido bastante carácter y, sobre todo, he sido, y soy, muy autoexigente), pero también, por otro lado, me empujaba a tener un conocimiento de “algo” que se me escapaba: no sabía a qué respondía ese “algo” que buscaba, y esto, aunque punzaba, también me fascinaba. Un hecho que, por cierto, no ha cambiado hasta hoy. Sigo declarándome –y asumiendo que soy– un buscador de lo imposible, de lo inabordable. Y esto hay que entrenarlo, hacer callo para saber vivir en (y convivir con) esa brecha, en la grieta de sentido que abren las constantes y persistentes preguntas. Me parece que tampoco sabría ni podría vivir de otra manera. Eso intento transmitir a las personas con las que trabajo, a mis alumnos y personas más cercanas, aunque también en redes sociales. El constante asombro que, siempre, abre nuevas perspectivas de sentido.
«Sigo declarándome –y asumiendo que soy– un buscador de lo imposible, de lo inabordable»
«hay que entrenarlo, hacer callo para saber vivir en (y convivir con) esa brecha, en la grieta de sentido que abren las constantes y persistentes preguntas»
– Entonces, ¿en qué momento y cómo cambió tu vida la filosofía?
“Formalmente” descubrí la filosofía con catorce o quince años, en el colegio San Gabriel de Madrid (donde me crié desde los cuatro hasta los diecisiete años), cuando mi profesor de Ética, el inolvidable Antonio, nos invitó a ojear la Historia de la filosofía de Julián Marías, aventajado discípulo de Ortega y Gasset. Y así, entonces, descubrí que ese “algo” al que no sabía poner nombre había sido la meta, también inacabable y a veces frustrante, pero llena de sentido, de muy numerosos individuos a lo largo de la historia. Un “algo” que no tenía tanto que ver con un conocimiento como con un camino. También la literatura me dispuso para recorrer ese camino.
Y ese fue tal vez mi gran descubrimiento: saber que la filosofía no es ciencia, al contrario de lo que muchos piensan o pretenden, sino método. Un método de encantar la realidad que hace que el asombro ante lo existente (y lo no existente, o lo que no sabemos si existe) nunca desfallezca.
– Además de tu Licenciatura en Filosofía, tu formación es interdisciplinar y muy amplia (Máster en Psicología del Trabajo y de las Organizaciones y Gestión de Recursos Humanos, estudios de Derecho y Ciencias Políticas y de Psicología, Máster en Estudios Avanzados en Filosofía, psicopedagogía, idiomas… ¿Qué te han aportado estos estudios y cómo los relacionas habitualmente en tu trabajo?
La filosofía abre camino, como decía antes. Y un camino tiene ante sí, siempre, diferentes y múltiples bifurcaciones. Pero no creo que haya que decantarse por una o por otra vía en exclusiva (ciencias o humanidades, números o letras, ciencias sociales o ciencias exactas, etc.). Eso resulta reduccionista y hasta diría que poco inteligente, sino que, a veces, resulta necesario hacer un alto en ese sendero que seguimos (¡en ocasiones por pura inercia!), mirar alrededor y darse cuenta de lo multifacético que resulta el mundo, que no puede ser visto desde una sola perspectiva. Quien estudia filosofía desemboca necesariamente en preguntas para las que necesita el auxilio de otras disciplinas; sólo hay que echar un ojo a la historia para darse cuenta de que las grandes figuras del pensamiento también destacaron en matemáticas, física, medicina, química, cosmología, literatura, etc.
La filosofía es mi linterna en la oscuridad, la que me permite orientarme hacia un lado u otro en una habitación, que es la vida, en la que todo o casi todo está a oscuras; cuando encuentro un problema particular, es entonces cuando echo mano de esas otras disciplinas que he estudiado (y que sigo estudiando, y otras que tengo por estudiar): los problemas legales necesitan un conocimiento de la ley, los problemas personales precisan de dotes interpersonales y de experiencia (que no otorga precisamente los estudios), los retos educativos requieren destrezas pedagógicas, los desafíos cosmológicos exigen conocimientos físicos, matemáticos y bioquímicos, etc. Digamos que sin filosofía es difícil orientarse, pero sin el resto de saberes resulta muy complicado vivir una vez que hemos conseguido orientarnos.
Creo, más que nunca, en la necesidad de una educación multidisciplinar desde la más temprana infancia, que abogue por integrar saberes de todo tipo, presididos por una clara meta: ayudar a cada individuo a desarrollarse plena y libremente hacia su objetivo vital. Sin (una buena) educación, sin esa pluralidad de saberes a su disposición, es imposible crear no ya seres libres, sino libertad. La libertad para saber quién se quiere ser y para desear al otro esa misma libertad.
«sin filosofía es difícil orientarse, pero sin el resto de saberes resulta muy complicado vivir una vez que hemos conseguido orientarnos»
«sin esa pluralidad de saberes a su disposición, es imposible crear no ya seres libres, sino libertad. La libertad para saber quién se quiere ser y para desear al otro esa misma libertad.»
– Ahora diriges desde Madrid la editorial Taugenit, en el Grupo Herder. ¿Con qué propósito nació y qué obras seleccionáis?
Empecé muy joven en el mundo de la edición de libros, cuando aún cursaba estudios universitarios. Tras algunos años erráticos en empresa privada mientras seguía estudiando, con contratos cortos –y muchos de ellos precarios–, y después de mi paso por varias editoriales como corrector, editor de mesa, lector, coordinador de colecciones o asesor, acabé trabajando en la prestigiosa Alianza Editorial (Grupo Anaya), donde estuve cerca de tres años como editor de no ficción. Fue un sueño cumplido. Ha sido una de las experiencias más gratificantes de mi vida laboral; una etapa de la que conservo grandes amistades y en la que aprendí muchísimo gracias a mis compañeros y, sobre todo, gracias a la muy atinada mano de su directora (siempre elegante y cercana en el trato y mesuradamente arriesgada en la elección de criterios), Valeria Ciompi, una referencia en lo laboral y en lo personal. Nunca se deja de ser parte de Alianza, por su tradición, por su bagaje y su puesto en el panorama editorial mundial, y de hecho sigo colaborando con ellos con prólogos, traducciones, etc. ¡Quién sabe, la vida da muchas vueltas!
Fue a mediados de 2019 cuando comencé a hablar con el responsable del Grupo Herder, Raimund Herder; nos reencontramos después de verano y, de aquellas conversaciones estivales acompañadas de cerveza fresca, nació un incipiente proyecto editorial, respaldado por la dilatada experiencia de nuestras trayectorias editoriales, que correría en paralelo a Herder Editorial pero que sería absolutamente independiente en su funcionamiento y gestión. Aquella ilusionante idea que ahora dirijo ya tiene nombre (y un corto pero del todo prometedor recorrido), Taugenit Editorial. El nombre hace alusión a la novela del romántico Eichendorff Das Leben eines Taugenichst, Andanzas de un inútil, que hemos publicado con un estupendo prólogo de Espido Freire. Publicamos, sobre todo, no ficción: ensayos y discursos relevantes para comprender estos tiempos tan turbulentos; también traducimos autores olvidados por la tradición (un ejemplo es la filósofa Helene von Druskowitz, quien no dudó en vituperar al mismísimo Nietzsche sin tapujos); pero también publicamos ficción de clásicos y la editorial se abrirá a nuevas y prometedoras colecciones en 2021, año para el que tenemos pensado un exigente plan editorial.
– También eres asesor cultural y de comunicación y colaboras con diferentes medios de prensa escrita, radio y televisión (Radio Nacional, Televisión Española, Radio Caracol en Colombia, Onda Cero, Mediaset…). ¿De qué manera te gusta hacer llegar la cultura a la audiencia?
No considero en absoluto que esta faceta mía esté en segundo plano. Mi trabajo principal es el de editor, por supuesto, pero lo compagino con la asesoría a distintas empresas e instituciones que buscan lograr un mayor alcance en sus fines culturales, educacionales, pedagógicos o, sin más y en genérico, empresariales o institucionales. Una buena comunicación es el inicio de un buen modo de trabajar: ayuda internamente, a colocar bien los objetivos, y externamente, a mostrar qué, para qué y por qué se hace lo que se está haciendo.
Por otro lado, difundir el estudio e interés por la filosofía, la literatura y, en general, las humanidades es otro de mis objetivos vitales principales. Cuando hablo con mis amigos pedagogos (con los que, reconozco, discuto mucho y enriquecedoramente), les explico que sólo hay una herramienta fundamental para comunicar el conocimiento: la pasión. Por supuesto, tiene que estar apoyada en un bagaje teórico hondo y bien fundado de la materia de que se trate y, si además se cuenta con destrezas organizativas y pedagógicas, mejor: la comunicación será más eficaz. Pero existe un elemento en la pasión que no puede ser sustituido por ninguna capacidad, competencia o destreza: la pasión por mostrar lo que sabes es fundamental en educación, sobre todo en la enseñanza media y superior. Y es eso lo que intento hacer y transmitir tanto en mis clases en universidad como en las conferencias que imparto e incluso en los artículos de prensa que escribo o cuando hago radio o televisión.
Últimamente, por ejemplo, colaboro como asesor externo con la prestigiosa revista National Geographic. Mientras, imparto numerosas conferencias como invitado en universidades nacionales e internacionales sobre filosofía, literatura, dirección de equipos de trabajo, gestión cultural y todas aquellas disciplinas que recorren el espectro que aglutina mi trayectoria laboral y teórica.
La solidaridad, acompañada de generosidad, es fundamental para contribuir a la cultura. Y nuestra cultura, hoy por hoy, es (y debe ser) global, multiforme y plurilingüística.
«sólo hay una herramienta fundamental para comunicar el conocimiento: la pasión»
«La solidaridad, acompañada de generosidad, es fundamental para contribuir a la cultura»
– ¿Qué buscas fomentar en los alumnos y qué respuesta recibes de ellos en las conferencias que impartes en diferentes universidades del mundo?
Este 2020 tenía que haber estado en Brasil, en un congreso internacional sobre Schopenhauer al que fui invitado, así como en México, EE.UU. y Canadá. Todo se ha pospuesto para 2021, esperando que la situación sanitaria comience a solucionarse. Así lo esperamos todos. En 2019 estuve dos veces en Colombia: primero como invitado para impartir un curso monográfico sobre Schopenhauer en la Universidad del Atlántico y la Universidad del Norte (ambas en la bella Barranquilla), y después, en Navidad, como embajador de la Internationale-Philipp Mainländer Gesellschaft alemana, para fundar la Sección Colombiana de tal sociedad, que dirige mi amigo y filósofo costeño José Cruzado de la Vega.
Tengo más viajes programados (Europa, América y Asia), pero todo dependerá de la situación sanitaria. Por ahora, no paro de dar conferencias por todo el mundo… pero a través de internet. Aunque el contacto cercano, cara a cara, cálido, es insustituible, mi objetivo no es tanto ser yo el protagonista como que lo sean mis palabras: aquello que cuento sobre lo que lo cuento. Me considero un vehículo de lo que sé y considero que el conocimiento queda muerto, y de alguna manera resulta inútil, si no acaba siendo compartido. Eso busco: compartir mi pasión y hacerla extensiva a alumnos y colegas. Por parte de los alumnos, la respuesta es siempre emocionante, comprometida, vivaz. Cuando termino los cursos o las conferencias quieren más: eso es filosofía. Querer siempre más. Querer saber, sin descanso. Más. Y mejor.
«Me considero un vehículo de lo que sé y considero que el conocimiento queda muerto, y de alguna manera resulta inútil, si no acaba siendo compartido»
– ¿Por qué te defines como un “alma del XIX perdida en un tiempo extraño”?
Condición para encontrar(se) es la de estar perdido, diría yo. Es una sensación que muchos compartimos por nuestro modo de vida, por nuestros gustos y aficiones. Me identifico mucho con las reflexiones de Baudelaire, cuando se sentía invadido y acosado por el monstruo en el que París se estaba convirtiendo: coches, ruido, gentío… Pasa un poco lo mismo con la actual Madrid; y con Barcelona, aunque afortunadamente se salva por su salida marítima. Los lugares donde vivimos también confeccionan nuestras estructuras mentales: cómo nos movemos, cómo sentimos, qué hacemos y qué podemos (o no podemos) hacer, etc. En este sentido, soy madrileño de corazón, pero, al igual que otras grandes capitales del mundo, se está convirtiendo en un lugar inhabitable al servicio de intereses ajenos al individuo, que, a fin de cuentas, es quien tiene que vivir y poblar las ciudades.
Perdón por el exabrupto… Vuelvo al asunto de la pregunta. Y seré breve: en el XIX se dan cita mis autores favoritos. ¿Visitar el Padrón de Rosalía de Castro, peregrinar a Yásnaia Poliana a ver a Tolstói, charlar con Poe… Jane Austen, Pushkin, Elizabeth Gaskell, Schopenhauer, Nietzsche, Wagner, Charles Darwin, Leopardi, Mary Shelley, Brahms, ¡las hermanas Brontë!…! En fin, no pararía. Pero siempre vuelvo a ellos, a ellas: son mi refugio cuando todo parece ir mal.
«Condición para encontrar(se) es la de estar perdido»
«Los lugares donde vivimos también confeccionan nuestras estructuras mentales: cómo nos movemos, cómo sentimos, qué hacemos y qué podemos (o no podemos) hacer»
– ¿Cuándo y por qué comenzaste a interesarte por el movimiento romántico?
Desde muy jovencito, en la más temprana adolescencia, y más por pose que por convicción. La lectura de La dama de las camelias, con doce o trece años, hizo estragos en el chaval que un día fui… Después supe que el Romanticismo, como movimiento literario y artístico, era otra cosa. Y bueno, aún hoy sigo perdido en las obras de Novalis o Hölderlin, buscando esa (imposible) flor azul…
– Eres especialista en Schopenhauer, presides la Sociedad de Estudios en Español sobre Schopenhauer y diriges Schopenhaueriana. Revista española de estudios sobre Schopenhauer. ¿Cuál es la actualidad de este pensador?
Aunque he de reconocer que, en lo teórico (y sobre todo en lo social), cada vez estoy más alejado de las tesis schopenhauerianas, sí es verdad que vivimos tiempos que pueden ser analizados muy bien por su doctrina pesimista. Esa voluntad de la que él habló como motor insaciable del mundo, que nos devora al tiempo que se devora a sí misma, está más viva que nunca: superproducción, desigualdades crecientes, narcisismo enfermizo, etc. Pero Schopenhauer no plantea vías sociales de redención, sino sólo individuales, para escapar de ese atolladero. En esto me encuentro más cercano a las tesis “socialistas” de Philipp Mainländer, que, a pesar de su descarnado pesimismo (terminó suicidándose), fue un gran baluarte de la defensa de los derechos de los trabajadores y en la creación de uniones humanas y sociales para hacer frente al “despiadado y frío poder del capital”, como él mismo lo llamó. He traducido y trabajado mucho su pensamiento junto a uno de mis maestros, el profesor Manuel Pérez Cornejo, referencia internacional en los estudios sobre pesimismo filosófico y estética, además de amigo y excelente persona.
– También has escrito, hablado y desarrollado estudios sobre Rosalía de Castro, Miguel de Unamuno, María Zambrano, Hermann Hesse… y otros muchos autores, y en concreto sobre el suicidio desde una perspectiva pluridisciplinar. ¿Cómo abordas este tema que casi siempre es un tabú?
Estamos acostumbrados a acercarnos al suicidio desde un punto de vista meramente sociológico o psicológico, y olvidamos muchas veces la panorámica filosófica. Existen problemas, más allá de la estructura económico-geográfico-social en la que habitemos, que resultan irresolubles. Problemas que, sobre todo, tienen que ver con el sentido, y que encierran una gran carga emocional: por qué y para qué vivir, cómo afrontar la soledad a la que todos estamos sujetos, etc. Existe una corriente, que cada vez tolero menos (por el enorme daño que causa), de psicología positiva, difundida y apoyada por la industria de la autoayuda, el coaching más dulzón y embaucador y el optimismo más ingenuo. En ocasiones, la única vía para salvarnos es la de reconocer (sí, con dolor, pero también con lucidez) que estamos perdidos.
Y en esto debemos ser claros: la vida es un problema insoluble y, por tanto, inagotable, tanto en lo teórico como en lo práctico. Cada día debemos tomar decisiones que nos comprometen como individuos y como componentes de una sociedad o miembros de un grupo. Esas decisiones necesitan de un aparataje y de un horizonte crítico que sólo nos puede proporcionar la filosofía. La filosofía (ya lo he comentado antes) como método, y no como solución o respuesta. Detrás de cada pregunta hay más preguntas que esperan no tanto ser resueltas como ser vividas, experimentadas. Y en ese vivir cada una de nuestras problemáticas, literalmente, nos va la vida. La existencia se convierte en una dolorosa y a veces impracticable imposición, en un angustioso callejón sin salida, cuando no la dotamos de herramientas con la que poder pensarla.
También existe una franca y terrible insolidaridad que debemos denunciar. En esta sociedad del narcisismo y las poses, se condena la tristeza como algo despreciable que debe ser repudiado y relegado al ostracismo. Tremendo. La tristeza no se cura: la tristeza se acompaña. Y debemos acompañarnos los unos a los otros en un tránsito nada sencillo, el de la propia vida.
«debemos ser claros: la vida es un problema insoluble y, por tanto, inagotable, tanto en lo teórico como en lo práctico»
«La tristeza no se cura: la tristeza se acompaña. Y debemos acompañarnos los unos a los otros en un tránsito nada sencillo, el de la propia vida.»
– Actualmente diriges El vuelo de la lechuza, una revista cultural con decenas de miles de seguidores en redes. Además de participar en radios nacionales (RNE, Onda Cero, Cadena Ser…), también diriges un programa de radio en el Círculo de Bellas Artes de Madrid que cada semana escuchan miles de personas. ¿Cómo conviven y se relacionan estas colaboraciones?
El vuelo de la lechuza comenzó hace ya muchos años y fue una idea que surgió para dar visibilidad a lo aprendido en mis estudios de Filosofía. Al principio escribía sólo yo, cuando tenía más tiempo, pero a lo largo de los años se ha convertido en una web de referencia y tiene autores de una talla intelectual brutal: profesores universitarios de todo el mundo, especialistas de numerosas disciplinas… Esa es su vocación: la de ser una revista dedicada a las humanidades con vocación de divulgación sin perder, nunca, el rigor al que me debo como estudioso e investigador.
Mi colaboración con el Círculo de Bellas Artes se la debo a la mano amiga de Valerio Rocco Lozano, actual director de la institución, que está apostando mucho por la filosofía, la juventud, la internacionalización y, también y sobre todo, por la importancia de la interdisciplinariedad. Los saberes, aún en su divergencia de perspectivas, pueden converger en objetivos comunes. De estas convicciones, que ambos compartimos, surgió la idea (y la necesidad) de hacer un programa de radio en el Círculo dedicado en exclusiva a las humanidades, entendidas en sentido amplio: cada semana entrevisto a artistas consagrados, científicos de renombre, humanistas de largo recorrido… Pero también doy cabida a nuevas voces que están empezando, desde la medicina o la química hasta la literatura y la traducción. El objetivo es difundir no tanto el saber como el gusto y la pasión por saber.
– ¿Cuáles son los autores que más te han marcado personalmente?
Aunque la nómina sería muy larga, seré breve. Por supuesto, mi gran descubrimiento de la adolescencia, en o filosófico, fue Arthur Schopenhauer. Pero mis grandes maestras son mujeres: María Zambrano, Sylvia Plath, Hannah Arendt, Alfonsina Storni, Emily Dickinson, Virginia Woolf, Simone Weil, Alejandra Pizarnik, Idea Vilariño, Lou Andreas-Salomé, Teresa Wilms Montt y, sobre todo, mi querida y admirada Rosalía de Castro. Y ¡me dejo muchas!
«mis grandes maestras son mujeres»
– ¿Son iguales todos los días de trabajo para ti?
En absoluto. Mi trabajo, afortunadamente, me permite tener reuniones con gente de muy distintas procedencias y diferente formación a distintas horas de la jornada, dirigir varios proyectos a la vez que precisan de cadencias y tiempos distintos, etc. Tengo la suerte de tener una gran diversidad laboral que me permite desarrollar muchos planos de mi personalidad: intelectual, interpersonal, cultural, de gestión humana, investigadora… La gestión directiva requiere de una gran capacidad para economizar y administrar el tiempo, atendiendo además a las necesidades de cada uno de esos proyectos y de la gente implicada en ellos; pero no se trata sólo de eso. No cuento los días por lo que hago, sino por lo que soy capaz de hacer bien. En este sentido, intento que no haya días “perdidos”. Nuestras únicas y más reales posesiones son conquistas personales.
«Nuestras únicas y más reales posesiones son conquistas personales»
– ¿Qué proyectos te gustaría realizar en el futuro?
En términos profesionales, soy muy meticuloso y me gusta que las cosas salgan bien, que los procesos lleguen a las metas que me he propuesto. Trabajo por objetivos, no creo en las sillas llenas –o en el tiempo vacío por llenar de cualquier forma–, pero sí creo a pies juntillas en la realización de (sanos y comedidos) propósitos. Además de mi labor como responsable editorial, que es absolutamente vocacional y es a lo que más tiempo dedico en mi día a día, me gustaría ampliar mi participación (¡aún más!) en la difusión de la filosofía, la literatura y las humanidades en general como ingredientes necesarios, imprescindibles, de una educación integral. Ya lo hago, e intento estirar el tiempo, pero éste siempre pasa, ya lo decía Sylvia Plath en sus diarios, cortándonos a cada paso con su imperturbable “tic-tac-tic-tac”…
– Hablando de tiempo: ¿cómo es tu tiempo libre?
La verdad es que tengo poquísimo tiempo libre. Pero, cuando me obligo a tenerlo (obligarse a tener tiempo libre parece una broma), lo dedico, sobre todo, a pasear con música bien alta (siempre que haga sol, soy de sangre mediterránea), lectura, deporte (aunque hago todos los días, sin excepción) y, cada vez más, a pensar en (y estar con) la gente a la que quiero, y recordar con cariño a la que ya se ha marchado.
– Un deseo que te gustaría se hiciera realidad
¿Puedo alguno más? Un deseo coyuntural: el fin de esta pandemia y la vuelta al acercamiento, a la calidez. Un deseo utópico: que la maldad humana ablande su mano, siempre rígida y al acecho, y acabe por despertar la solidaridad mutua. Un deseo plausible: fundar una institución de enseñanza en la que poder becar y ayudar a quienes quieren estudiar e investigar y no pueden por falta de medios o de financiación.
«Un deseo coyuntural: el fin de esta pandemia y la vuelta al acercamiento, a la calidez»
«Un deseo utópico: que la maldad humana ablande su mano, siempre rígida y al acecho, y acabe por despertar la solidaridad mutua»
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